Ejercicio de fabulación especulativa #Portbou, 2022 – Helen Torres
Me acuerdo de Túnez, de una casa en el barrio cerca del hospital más grande de la ciudad. De la excursión a la costa gracias a una artista que me dijo que saliese de la ciudad en busca de acción. Recuerdo decirle que yo confiaba en mi proceso: primero leía y me informaba, después salía a la calle.
Me acuerdo de Sabadell, donde tenía que pasar 3 meses y acabé pasando 6, preparaba una performance con bailarines que al final tuvo que cancelarse. Recuerdo las amigas que hice conviviendo en diferentes habitaciones con literas, los cuidados, las charlas, las bravas en el bar, las lágrimas al marcharme.
Me acuerdo de pasar unas semanas en el Amazonas, recuerdo sentirme que no estaba en el sitio adecuado, recuerdo las artistas a mi alrededor de todo tipo de países a cada uno más lejano del Sur de América. Recuerdo las contradicciones, las charlas donde lo políticamente correcto no dejaba lugar a la contradicción neocolonial de la que formábamos todas parte.
Mientras recuerdo mis viajes, algunos de ellos a residencias, pienso en las contradicciones en las que caemos a diario, y sigo sin tener claro si una residencia te aporta algo más allá de lo que te aporta un viaje como turista y residir por un tiempo limitado en un hotel. Una residencia artística es siempre un choque: un choque de hábitos, un choque cultural, una experiencia nueva. Con los años mi opinión sobre las residencias, su popularidad y su condición de requisito indispensable en cualquier currículo artístico que se precie, ha cambiado.
Como artista me surgen muchas preguntas cuando en la actualidad me planteo si aplicar a una nueva convocatoria de residencia. Cada vez miro con más atención las bases, pienso en los cuidados, en lo colectivo, en el seguimiento, y sobre todo en la responsabilidad, no solo por mi parte sino por quien ofrece esa oportunidad. ¿Qué supone cambiar de contexto, de ciudad, e incluso de país, de forma temporal para una artista, para investigar y producir una obra? ¿Es necesario el cambio para la creatividad o responde este deseo a una lógica neoliberal donde moverse, alejarse de casa y alimentarnos de la vida y de las historias de otras es como usarlas, para luego dejar ese lugar con sus historias, anécdotas, fotografías y demás de una forma totalmente extractivista?
Pero también cabe preguntarse porqué se han multiplicado las residencias, qué conllevan para las instituciones, qué aportan al contexto artístico, qué restos dejan, qué necesidades suplen, qué continuidad en el tiempo hay con las historias, las personas que habitan esos espacios de forma temporal.
Porque también recuerdo otras propuestas de sitios en los que hospedarme que me parecían condiciones casi infrahumanas, propuestas a las que dije que sí porque decir que no me parecía de mala educación. Propuestas que al final no eran lo que se había prometido de antemano, que hablaban de posicionamientos horizontales, de políticas de los cuidados, feministas, rurales… y que luego no lo fueron. Algunas las recuerdo con cariño, a las que dije que sí entonces pero a las que ahora diría que no: por la edad, porque ya no solo estoy empezando, porque se trata de valorarse como artista y no solo de decir que sí “porque se han acordado de ti” y porque no benefician ni a una misma ni a la comunidad. Como artistas necesitamos un mínimo de garantías de que lo prometido se cumplirá, como un contrato, necesitamos tener voz y decir no: no a condiciones de sobreexplotación, de aislamiento, de tiempos demasiado cortos, de escasez y de perpetua precariedad. Y al mismo tiempo poder modificar ese contrato si lo vemos necesario antes de firmarlo.
Recuerdo que cuando antes miraba convocatorias miraba poco las condiciones, lo único que importaba era el fee que recibiría como artista, aunque muchas veces era poca cosa, aparte de visibilidad. Cuando una es joven, y cuando no también, hace muchas cosas por entusiasmo, no por dinero, quién si no se metería en esto de hacer arte. Sin embargo con el tiempo una mira otras cosas, igual de importantes, como que el lugar sea cómodo, que haya fee de producción, y no solo de honorarios, que los tiempos sean razonables, que se pueda ir con familia si es necesario, etc.
En un mundo donde viajar, visitar y conocer ya está a la orden del día gracias a la redes, donde todo el mundo persigue consumir, usar y dejar atrás, ya sea como turista o viajante, una residencia artística debería construirse como un lugar de resistencia a esa tendencia. Podríamos pensar las residencias como un lugar de observación, de reflexión, un templo, donde conocer, relacionarse y explorar el territorio desde la proximidad y la comunidad.
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Texto de Bárbara Sánchez Barroso en colaboración con GRAF. Bárbara es artista, feminista, viajera, amante de los libros y entusiasta del cine.
La Red de Espacios de Producción y Creación de Cataluña (Xarxaprod), ha programado unas jornadas de puertas abiertas, donde algunos espacios participantes abren sus puertas y organizan actividades para dar a conocer sus espacios y contextos. Desde GRAF hemos participado con cinco rutas conceptuales o textos de reflexión, que desde la mirada de cinco profesionales del sector del arte, profundizan en temáticas vinculadas con los centros de creación que configuran esta red. Las participantes de estas cinco rutas son mafe mascoso, Helen Torres, Bárbara Sánchez Barroso, Rita Andreu y Graf.
El mapa:
Las rutas GRAF suelen ir acompañadas de un mapa que ilustra la trayectoria propuesta. En este caso, lanzamos como propuesta un ejercicio de relaciones o conexiones posibles a partir de un listado de algunos espacios que forman parte de Xarxaprod y las reflexiones que aparecen en el texto, invitando de esta manera a descubrir puntos de encuentro, desencuentros, afinidades o posibles lugares comunes.